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Resiliencia, denominación que utilizan los científicos para determinar el estado de los minerales que son expuestos a altas o bajas temperaturas sin sufrir modificación alguna. Resiliencia, palabra que utilizan los psicólogos para determinar a una persona que mantiene su esencia sin que los hechos o las circunstancias lo modifiquen o alteren el curso de su vida, como un ser social, cabal, definido. Resiliencia, en simples palabras, la resistencia a todo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Encomiendas

con fragmentos del cuento “La nariz”, de Nicolai Gogol.


El 25 de marzo tuvo lugar en San Petersburgo un suceso de lo más extraño. En la Avenida Vosnesenski vivía el barbero Iván Yakovlievich, hombre taciturno, de ojos vibrantes y temerosos, su rostro de facciones fuertemente marcadas por la rutina fue testigo de un caso singular, inexorable al tiempo, indómito a los relatos populares y que además fue acallado por la fuerza más poderosa que dominaba la conciencia de los hombres en ese momento, en donde no había lugar para las expresiones cientificistas que por aquel entonces empezaba a emerger por toda Europa.
Pero me siento un poco culpable por no haber dicho nada hasta ahora sobre Iván Yakovlievich, hombre honrado bajo todos los conceptos.
Iván Yakovlievich, como todo hombre formal de Rusia, ocupado en un oficio, era un borracho empedernido y a pesar de que a diario rasurase barbas ajenas, la suya permanecía siempre sin afeitar. El frac de Iván Yakovlievich (no usaba nunca levita) era pardo, así como también el rubor de su rostro debido a su constante contacto con el vodka y el kvas. A pesar de ello, su trabajo lo mantenía ocupado, a sus costumbres y a sus quehaceres. Quehaceres que elaboraba con tanto empeño durante el restante escueto tiempo vespertino; elaboraba la reconstrucción de manuscritos perdidos que fueron hallados aproximadamente hace diez años en la puerta de su barbería, sin remitente y sin dirección.  Iván Yakovlievich lo había abierto y halló dentro siete fardos de recortes de cartas envueltos en paquetes separados de color papel madera; estos recortes no formaban en sus fragmentos ninguna  oración coherente sino que estaban todas recortadas palabra por palabra y quizás algún que otro nexo recortado junto a su precedente pretendiendo dar indicios de su construcción.
Diez años exactos se sometía el barbero a la ejecución de la reconstrucción de las curiosas epístolas a partir de la llegada de ese misterioso empaque.
Su preocupación lo mantenía y lo mantuvo entretenido, pendiente de su labor, lo intrigaba furtivamente resolver el emisor de los manuscritos, hasta había llegado a la conclusión de que eran varios los autores, la tarea lo agobiaba, el tiempo lo agotaba, su rostro y los años le suprimían la paciencia. Su esposa lo creyó loco, pero su miedo la obligó a cercenarse a sí misma por temor al Poder.
A la mañana siguiente Iván Yakovlievich se levantó más temprano que lo habitual, no había logrado pegar un ojo en toda la noche, lo desvelaba el misterio. Bajó hacia la barbería para levantar las cortinas y barrer la vereda. Giró el letrero para indicar la apertura de su oficio y avistó desde la ventana otro paquete, similar al que había recibido hace exactamente diez años atrás y también un 25 de marzo.
Estupefacto, Iván Yakovlievich tomó la caja con ambas manos y la ingresó al salón de la barbería. Temía abrirlo, se sentó delante de él y lo observaba como si esperara encontrar dentro las respuestas a sus preguntas que le llevó una década intentar descubrir la verdad, la verdad de todo ese secreto que parecía pertenecerle y que al mismo tiempo no le pertenecía. Se levantaba de la silla y giraba entorno a el, se frotaba la cabeza e intentaba reflexionar, no sabía si acudir a su esposa o dejarla dormir y ocultar la caja. Decidió ocultarla y abrirla por la noche mientras el pueblo se silenciaba por el sueño cotidiano, pero escuchó descender de las escaleras a Irina, su esposa, y ya era demasiado tarde para tal peripecia. Irina Yakovlievich advirtió desde lejos el curioso paquete. Creyó que su esposo había decidido deshacerse de el y  se percató que este permanecía sin abrir, estaba intacto, y el asombro la invadió por completo. No quería que su marido se obstinara en el por otros diez años más. Miraba a Iván Yakovlievich y a la caja esperando que él emitiera alguna palabra sobre ello.
- Estaba en la puerta – atinó a decir Iván.
Irina se acercó a el y ambos de pie frente al paquete estaban paralizados, no lograban pensar, no cabía en sus mentes otro hecho fortuito que atormentara sus vidas de maneras singulares. Fue ella quien se animó a arriesgar abrirlo y halló dentro una nota sobre otro paquete envuelto, una nota que decía “No metas demasiado tu hocico donde no debes, te hemos encontrado, es conveniente no divulgarlo”. Irina se alejaba lentamente del paquete pero su esposo decidió acercarse. Metió los dedos y sacó…, ¡horror!, ¡una nariz!... Iván Yakovlievich se quedó petrificado. Empezó a restregarse los ojos y a palpar la nariz. Sí, no cabía duda: se trataba de una nariz y hasta le parecía que era de un conocido. El espanto le cambió el semblante. Pero este espanto no fue nada comparado con la indignación de su esposa. Estaba furiosa, molesta con su marido porque nunca quiso deshacerse de esas palabras que perturbaban desde su llegada la conciencia de Iván, que lo maltraían en su inquietud de hombre común, que lo había deteriorado físicamente, abandonado a sí mismo.
Iván Yakovlievich avizoró a Irina, se sentía arrepentido, comprendía cada vez menos los hechos, los paquetes, las fechas, los años transcurridos, las cartas desparejadas cual si fueran rompecabezas, la nariz, su nariz… y se espantó más aún cuando logró quitarle la nota a su esposa y la leyó.
Se abrió la puerta de la barbería e inmediatamente intentaron ocultar la encomienda. Era un cliente que llegaba para rasurarse su corta barba. Iván e Irina hicieron como si no hubiese pasado nada pero en sus ojos les embargaba el horror. El cliente se sentó en la silla y abrió el diario que trajo consigo. El barbero comenzó con su ritual previo para comenzar a afeitarlo y ojeó un titular del diario en el cual anunciaba que las inquisiciones aún permanecían vigentes de manera clandestinas. Iván Yakovlievich no se explicó porqué tuvo la pretenciosa asociación de los hechos, pero algo le dijo que tales  asuntos estaban relacionados de manera intrínseca. Tenía la certeza de que poseía un misterio que no lograba develar y que al mismo tiempo se lo develaban los paquetes inconclusos.
- Estos periodistas aunque Digan lo que quieran, en el mundo se dan semejantes sucesos… aunque raras veces, pero suceden. ¿Usted que piensa al respecto, Iván? -
Iván Yakovlievich se quedó perplejo, no respondía y musitó después de un corto silencio - A veces… no hay que darse por vencido a buscar la verdad, por más que nos cueste la vida. Al menos… para eso existe la duda ¿no?-.





Juan Manuel Oviedo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Un pacto con Dios.


"Jamás se volvió a saber de ella."
Cien años de soledad.

Macondo, 23 de Junio.

            Dicen que la memoria es traicionera, no lo dudo. Hoy se cumplen tres meses desde que decidí apartarme de este mundo que aún no acabo de comprender. He visto cosas de las más extraordinarias, cosas de las que nunca creí imaginar, y así como también las he vivido.
            La memoria es traicionera y apenas recuerdo cómo fue mi vida antes de llegar a aquí, antes de llegar…a Macondo.
            Yo vivía con mi familia en Manaure, un lugar pequeño de pocos habitantes. En el centro del pueblo había una arboleda con flores amarillas, que con el reflejo del sol irradiaban sus pétalos como oro brillante. Mi casa era grande, con una gran sala que se comunicaba a todas las habitaciones, era hija única y por lo tanto mis padres fueron demasiados sobre protectores conmigo.
            Recuerdo una tarde cuando la sombra de un álamo atravesaba la calle principal, el cielo se cubrió de insectos voladores picando a toda la población, salvo a mi, cosa que nunca comprendí. Mis padres víctimas de esa plaga, a la que habían denominado “La Peste del Ensimismamiento” porque cuando llegó se abalanzó ante el cielo y ante nosotros. Sus picaduras les provocaban una comezón que se extendía por todo el cuerpo como una especie de musgo verde rojizo consumiendo toda piel viva hasta llegar a los huesos.
            En una noche de infortunio en Manaure, cuando los llantos y sollozos que se oían por las ventanas meramente iluminadas, una carreta de gitanos llegaron atraídos por el dolor ajeno. Fui la única en recibirlos, pues todo el pueblo estaba moribundo y habían perdido las pocas fuerzas que hallaban. Unos de los gitanos de figura corpulenta, me dejó el recado, pues él conocía nuestra lengua, en que tenía que difundir el método de acabar con la peste que nos había invadido. La formula consistía en la mezcla de comer tierra y cal; y me entregó también un colmillo de animal carnívoro del cual me protegería del mal de ojo, porque según él, yo era una de las niñas de apariencia más rara que había visto en su vida, puesto que podría captar la atención de todos, y eso me haría mal.
            Lamentablemente, la peste había avanzado demasiado desde el día en que llegó, ya era tarde para salvarlos, entonces decidí salvarme a mí. Tuve la desgracia de observar el deterioro carnal que los invadía a mis padres, pues esto me provocó un impacto shockeante y presentía que mis voces ya no tenían sentido. Era una tradición familiar reconocer espiritualmente a las personas que nos habían traído al mundo, así como mis padres guardaron los huesos de los suyos, mi obligación en ese momento era guardar la de ellos. Para  que cupieran los dos en el talego tuve que descuartizarlos, pues no quería que ninguna parte de ellos quedara lejos de mí.
            Al cabo de un tiempo, fui la única que sobrevivió a la peste, mi capacidad de supervivencia llegó a un grado inaceptable debido a que sólo comía tierra y cal.
            La noche en que habían llegado los gitanos, uno de ellos me dijo que esperara aquí y que un grupo de gente me llevaría a un lugar mejor. La espera fue trágica, pues habían demorado tres largos años.
            Me encontraba en un rincón adormecida cuando el silencio fue interrumpido por el galope de un caballo, eran unos traficantes. Salí corriendo alegre sabiendo que eran ellos los que me salvarían de mi soledad.
            Emprendí el viaje, como un turista que pretende conocer el mundo. Si bien mi trato hacia ellos carecía de comunicación, descubrí hacia donde me llevaban, hacia un lugar en donde todavía no había muerto nadie. Estos traficantes tenían varios baúles con muchas pieles, en una noche de frío, cuando las nubes soplaban congeladas, decidimos todos sin pensar en cubrirnos con ellas, mi piel se erizó y una extraña sensación despertó mi intranquilidad, percibí que portaba alguna enfermedad.
            Pasaron dos noches en que esta tripulación viajera no lograba dormir, desesperados los traficantes aceleraron el paso para llegar a destino. Un domingo por la tarde divisé la nueva tierra, mi nuevo hogar. No conocía a nadie, vi un panorama raro, distinto, extraño en el cual yo no me sentía identificada. El trayecto hacia la casa de los fundadores parecía intrigante, misterioso y magistral, mi cuerpo se lleno de pudor, pues sentía que mi llegada no traería bien alguno. Quedé en la puerta esperando con mis ojos espantados a que se abriera, hasta que fui recibida, lo demás es historia conocida aquí en Macondo.
            Me tengo que despedir misterioso receptor de mis cartas, estoy oyendo una voz muy lejana y no se quién es, y estando sola, esta voz me esta empezando a dar miedo.

-¡Rebeca! ¿Me oyes?
-¿Quién eres?
-No importa quien soy, lo que importa es que yo sé quién eres tú.
-¿Dónde estás?
-Yo estoy adentro…afuera…en todos lados estoy, yo te rodeo como el mismo aire que te envuelve.
-¿Eres Dios?
-Se podría decir, pero no es esa la palabra precisamente.
-¿Qué quieres de mí? ¿Qué estas buscando?
-La pregunta es ¿Qué estas buscando vos Rebeca?
-Yo no busco nada, por eso me encerré aquí adentro.
-¿Segura? ¿No te intriga saber quién fue la persona que te envió a Macondo? ¿Por qué lo hizo? ¿Con qué fin?
-Si, pero es algo que nunca lo voy a saber.
-Te equivocas, a eso he venido, a darte una respuesta. Una de tus preguntas es quién era ese gitano corpulento que te dio el don de la supervivencia, pues ese  gitano se llamaba Melquíades y su pretensión era que a través de ti, llevaras a Macondo la peste del insomnio para que este pueblo tuviera un mejor desarrollo, que buscaran los medios necesarios para las soluciones de sus problemas y dotarlos de inteligencia.
-¿Cómo es que sabes todo esto?
-Es… porque soy como un Dios.
-¡Pero dijiste que no lo eras!
-No, no lo soy, pero en tu mundo si lo soy.
-¡No te entiendo!
-Pues, yo creo, invento e imagino mundos de los que nadie ha habitado y pongo en él a las personas que se me ocurren y les creo problemas. Yo no soy Dios, pero intento serlo en tu mundo.
-Si yo pertenezco a tu mundo y tú eres mi Dios. Entonces ¿Por qué decidiste dejarme huérfana a los 8 años? ¿Por qué tuviste que dejar que mis padres murieran ante mis ojos? ¿Por qué me diste una vida tan desdichada?
-No lo se Rebeca, sólo me dejé llevar.
-¿Te dejaste llevar? Y manejas mi vida como si mi decisión no contara. Mi vida se basa en tus juegos absurdos con el fin de tu propia diversión, de tu propio entretenimiento. Quieres decir que la decisión de apartarme de este mundo no fue mía sino tuya. Esto es inaceptable, inaudito, intolerable. No te daré más con ese gusto, mis ojos no verán un próximo amanecer, ya no me manipularas más, hoy acabaré con mi vida.
-¿No lo entiendes Rebeca? Si te matas, es porque yo también lo quiero, siempre voy a controlar tu vida.

La mirada de Rebeca se perdió entre la oscuridad, pensativa y tenebrosa.

-Si al menos no puedo terminar con mi vida, quisiera saber quién es la persona que se ocupará de hacerlo.
-Está bien, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Prométeme no salir nunca de esta casa y que mi secreto jamás será revelado. ¡Promételo Rebeca!
-Prometo no salir nunca de esta casa con mi cuerpo y mi alma.
-Bien. Te diré quien soy, en el mundo de donde yo vengo, en el mundo que tu no conoces, mis amigos me llaman “Gabo”  y otros Gabriel García Márquez.

Juan Manuel Oviedo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Cabellos revueltos

Dormía. Dormía y soñaba. Dormía sobre el sillón beige y soñaba. Soñaba que se hallaba en la cima de un alto edificio y que la perseguían, se exasperaba ante la situación, el viento agitaba su lujurioso pelo amarillo y ondulado. Pensó en saltar y temió en caer, en morir, en obtener una muerte temprana, sin embargo sabía que en su pecho hendía una llama, un impulso que haría de ella una elevación, sabía que podría levitar pero que al mismo tiempo su deseo podría fracasar. Volteó. Volteó y avistó un hombre. Un hombre vestido de un color oscuro verde. Volvió a observar el horizonte de la jungla de cemento, las altas torres y el sol en su ocaso. Vio la multitud humana suplicando y apuntó sus ojos a la gran estrella del día. Los cerró, y luego saltó.

Lloraba. Lloraba y temía. Temía el porvenir de su hijo. No estaba en sus brazos. Parió con dolor y con pena, y esperaba. Esperaba que el tiempo postrero se apiadara de ella. Esperaba que su héroe viniese a rescatarla, pero lamentablemente sabía que no vendría, que ningún héroe vendría. A los héroes los callaron, los encerraron, los castigaron, los torturaron. Era una sola tierra. Un solo país. Un solo país dividido. Y ella, que lloraba en lo claustro y no era la única, sino que eran muchas, con sus cabellos oscuros, desalineados, sucios. Sucios y sin brillo. Sin brillo y sin amor, sin héroes.

Voló. Logró volar. En su pecho vibraba un grito de paz. Su amor fundido en su interior la levitaba. Cumplía con su mandato divino. Su pelo amarillo acariciaba el viento. Lograba huir aunque deseaba seguir amando. Amaba a esa multitud desconsolada. Los vio llorar. Los vio llorar y les pronosticó volver.

Velaba. Velaba y le dolía. Le dolían los niños y su futuro. El sin futuro de su niño. La muerte. Única certeza de lo que se espera y un Dios esperándolo del otro lado pero ausente en este presente siempre. Lloraba. Lloraba una ausencia. Sus pelos negros lo lloraban. Su niño enflaquecido  de miseria, de pobreza. Los vómitos de la nada. La desatención del Estado. Lloraba y lo velaba. Lo velaba y lloraba. Un vacío.

Despertó. Despertó y pensó. Pensó en su sueño y se apenó. Se afligió. Recordó su sueño y decidió como en él no dejar de volar, en amar a esa multitud, a esa jungla de cemento y toda su extensión del horizonte. Sus cabellos rubios y revueltos expresaban su aflicción. Retomó su libro que había abandonado a causa del peso de su sueño, y leyó: Sintió que algo se le posaba en sus cabellos, una mano de hierro aunque ligera. Agilulfo estaba arrodillado junto a él.
Sintió una mano también, y que se le posaba en sus cabellos amarillos. Ella volteó. Volteó y era él, su héroe. Su héroe de traje blanco.

Y dormía. Dormía y soñaba también. Dormía sobre el sillón beige y soñaba mientras que su libro permanecía en su pecho. Sus cabellos colorados y revueltos hablaban rebeldemente de una historia, de muchas historias. Despertó. Despertó y pensó en su sueño. Retomó su libro y leyó en él lo mismo que había leído una vez una mujer de cabellos rubios: Sintió que algo se le posaba en sus cabellos, una mano de hierro aunque ligera. Agilulfo estaba arrodillado junto a él.
Y ella también sintió una mano. Una mano en sus cabellos rojos. Y también volteó. Volteó y era él. Su héroe, su amor, su compañero y su esposo que estaba allí, de traje azul oscuro que la saludaba, para despedirse.



Juan Manuel Oviedo.




Breve análisis de "Cabellos salvajes"


Observamos que las descripciones que se hace sobre el o los personajes que se relatan en este breve cuento son en referencia a géneros femeninos. Advertimos que no solo se refieren a una sola persona sino a más, ya que la descripción se basa en los cabellos como "pelo amarillo y ondulado", "cabellos oscuros, desalineados, sucios", "pelos negros", nuevamente "cabellos amarillos" y por último "cabellos colorados y revueltos" y "cabellos rojos".
La mención del personaje de "cabello rubio" se anuncia en el primer párrafo y luego reaparece en el  tercero y en el quinto. Estos tres son el hilo conductor del sueño.
Ahora bien, intentar descifrar a la protagonista requiere indagar sobre el mismo texto y bagaje personal que se posea, puesto que es el texto quien nos deja rastros de ella.

La mujer de pelo amarillo y ondulado, que duerme sobre un sillón beige, sueña que está en la cima de un edificio que pretende volar a modo de escapatoria y que junto a ello advierte la persecución de un hombre vestido de un oscuro verde. Este hombre de verde oscuro, simbolizaría a la Fuerza Armada que pretende culminar con todo ideal y legado que ha dejado esta mujer de pelo amarillo. “El horizonte de la jungla de cemento” se referirá desde lo más lejano del país hasta el Gran Buenos Aires y capital (las altas torres), “la multitud humana suplicando” son los ciudadanos argentinos. El sueño que la mujer de cabello amarillo tiene, sería como una predicción de lo que vendría en el futuro.

En el párrafo tres, se continúa el relato en su vuelo, que vuela en paz. Dicho vuelo simbolizaría su muerte, que su cuerpo no se encuentra adherido al suelo. Esta mujer que ahora vuela, dice el texto que “Cumplía con su mandato divino” ¿cuál era ese mandato divino? La reivindicación de los pobres, de las mujeres y de los marginados de la época, tal mandato divulgado por el mismo Jesucristo que se relata en el Nuevo Testamento. Esta mujer observa a la población, los ve llorar pero también les promete volver, frase célebre de Eva Duarte de Perón “volveré y seré millones”.

En el quinto párrafo, esta mujer (Eva) despierta, piensa en el sueño y se aflige, retoma un libro del cual había abandonado la lectura por el sopor del sueño, ese libro es “El caballero inexistente” de Italo Calvino. Se encuentra en ese fragmento un nexo que se conectará con su realidad después del sueño y es allí en ese momento que aparece un hombre, un hombre de traje blanco, es decir del coronel Juan Domingo Perón.

Al respecto de los otros párrafos (segundo, cuarto y sexto), se relatan historias apartes a la de la mujer de pelo amarillo (Eva).
En el segundo párrafo se describe a una mujer que llora y teme, y teme por varias razones, el porvenir de su hijo, es decir el futuro también, el futuro de un hijo que ya no tiene en brazos. Esto nos hace referencia a una expropiación de bebés recién nacidos, propio de la dictadura militar. El relato anuncia que esta mujer espera, espera que la rescate su novio o esposo, que alguien la rescate de ese sitio en el cual se encuentra. Vemos en él que nos describe de lo que se ha hecho con ellos “A los héroes los callaron, los encerraron, los castigaron, los torturaron”, hace una descripción del país “Era una sola tierra. Un solo país. Un solo país dividido”. Aquí cabe mencionar antagonismos que percibía según el Gobierno militar dentro de la argentina, antagonismos creados por ellos mismos. El relato nos da una ubicación en su descripción en donde estaba esta mujer “lloraba en lo claustro y no era la única, sino que eran muchas, con sus cabellos oscuros, desalineados, sucios. Sucios y sin brillo.”

En el párrafo cuarto, nos cuenta sobre una mujer que vela a su hijo, advertimos que la presencia de un Dios ausente en su realidad, una realidad que no le concede respuestas, a su miseria, a su pobreza. Realidad reflejada a finales de la década del 90 por diarios argentinos que atestiguaban que había niños que morían de hambre, “La desatención del Estado” denuncia el texto.

En el sexto párrafo se observa una similitud con el quinto solo que en este varía en acciones menores y que la protagonista ya no es esta mujer de cabello amarillo sino que esta vez es una mujer de cabellos rojos o colorados.
A esta altura ya estamos en condiciones de advertir que el cuento nos ha narrado hechos históricos de la argentina y que la descripción de esta mujer de cabellos colorados o rojos es evidente que se nos refiere a Cristina Fernández de Kirchner. La historia se repite al igual que Eva, que despierta, piensa en su sueño y retoma el libro. Luego aparece un hombre que toca su cabello y ella observa que él es “Su héroe, su amor, su compañero y su esposo que estaba allí de traje azul oscuro”. Traje azul oscuro del cual siempre vestía Néstor Kirchner, esta intervención de él aparece saludándola como si fuera su último encuentro para la despedida.

Juan Manuel Oviedo.